lunes, 7 de noviembre de 2011

Los signos del amor



Celos .Acuarela intervenida digitalmente. 2011



Enamorarse es individualizar a alguien por los signos que causa o emite. Es sensibilizarse frente a estos signos, hacer de ellos el aprendizaje (así la lenta individualización de Albertine en el grupo de las muchachas). Es posible que la amistad se alimente de observación y conversión, sin embargo, el amor nace y se alimenta de interpretación silenciosa. El ser amado aparece como un signo, un «alma»: expresa un mundo posible desconocido para nosotros. El amado implica, envuelve, aprisiona un mundo que hay que descifrar, es decir, interpretar. Se trata incluso de una pluralidad de mundos; el pluralismo del amor no sólo concierne a la multiplicidad de los seres amados, sino a la multiplicidad de las almas o de los mundos de cada uno de ellos. Amar es tratar deexplicar, desarrollar, estos mundos desconocidos que permanecen envueltos en lo amado. Por esta razón nos es tan fácil enamorarnos de mujeres que no son de «mundo», ni siquiera de nuestro tipo. Por ello, también las mujeres amadas están tan a menudo asociadas a paisajes, que conocemos tanto como para desear su reflejo en los ojos de una mujer, pero entonces se reflejan desde un punto de vista tan misterioso que para nosotros son como países inaccesibles, desconocidos: Albertine envuelve, incorpora, amalgama «la playa y el rompimiento de la ola». ¿Cómo podríamos acceder a un paisaje que no es el que vemos, sino al contrario aquel en el que somos vistos? «Si ella me había visto ¿qué había podido yo representarle? ¿Del seno de qué universo me distinguía?»

Hay, por tanto, una contradicción del amor. No podemos interpretar los signos de un ser amado sin desembocar en estos mundos que no nos han esperado para formarse, que se formaron con otras personas, y en los que no somos en principio más que un objeto entre otros. El amante desea que el amado le dedique sus preferencias, sus gestos y sus caricias. Pero los gestos del amado, en el mismo momento que se dirigen a nosotros y nos son dedicados, expresan todavía este mundo desconocido que nos excluye. El amado nos envía signos de preferencia; pero como estos signos son los mismos que los que expresan mundos de los que no formamos parte, cada preferencia de la que nos beneficiamos traza la imagen del mundo posible en el que otros podrían ser o son preferidos. «En seguida sus celos, como si fuesen la sombra de su amor, se completaban con el doble de esta nueva sonrisa que ella le había dirigido la misma noche, y que, ahora a la inversa, burlaba a Swann y se llenaba de amor para otro. " De modo que llegó a lamentar todo placer que con ella disfrutaba, toda caricia inventada, cuya dulzura señalaba él a su querida; todo nuevo encanto que en ella descubría, porque sabía que, unos momentos después, todo eso vendría a enriquecer su suplicio con nuevos instrumentos». La contradicción del amor consiste en lo siguiente: los medios con contamos para preservarnos son los mismos medios que desarrollan estos celos, dándoles una especie de autonomía, de independencia respecto a nuestro amor. 
La primera ley del amor es subjetiva. Subjetivamente, los celos son más profundos que el amor, contienen su verdad. La razón está en que los celos llegan más lejos en la recogida e interpretación de los signos. Son el destino del amor, su finalidad. En efecto, es inevitable que los signos de un ser amado, desde que los «explicarnos», se manifiesten engañosos. Dirigidos y aplicados a nosotros, expresan, sin embargo, mundos que nos excluyen, y que el amado no quiere, y no puede, hacernos conocer. y ello, no por una mala intención del amado, sino por una contradicción más profunda que depende de la naturaleza del amor y de la situación general del ser amado. Los signos amorosos no son corno los signos mundanos; no son signos vacíos que reemplazan pensamiento y aceren, son signos engañosos que sólo pueden dirigirse a nosotros escondiendo lo que expresan, es decir, el origen de mundos desconocidos, de acciones y pensamientos desconocidos que les otorgan un sentido. No suscitan una exaltación nerviosa especial, sino el sufrimiento de una profundización. Las mentiras del amado son los jeroglíficos del amor. El intérprete de los signos amorosos es necesariamente el intérprete de las mentiras. Su propio destino está contenido en la siguiente divisa: amar sin ser amado. 
¿Qué esconde la mentira en los signos amorosos? Todos los engañosos signos emitidos por una mujer amada convergen hacia un mismo mundo secreto: el mundo de Gomorra que tampoco depende de talo cual mujer (aunque una mujer determinada pueda encarnarlo mejor que otra); mundo que es la posibilidad femenina por excelencia, como un a priori que los celos descubren. El mundo expresado por la mujer amada es siempre un mundo que nos excluye, incluso cuando nos remite una señal de preferencia. Sin embargo, de todos los mundos ¿cuál es el más exclusivo? «Acababa de aterrizar en una terrible terra incognita; se abría una nueva fase de insospechados sufrimientos. Y, sin embargo, este diluvio de la realidad que nos sumerge, aunque es enorme comparado con nuestras tímidas suposiciones, éstas lo habían presentido... Mi rival era distinto, sus armas eran diferentes, yo no podía luchar en el mismo terreno, no podía conceder a Albertine los mismos placeres, ni incluso concebirlos idénticamente». Interpretamos cada signo de la mujer amada, pero al final de esta dolorosa interpretación chocamos con el signo de Gomorra como con la expresión más profunda de una realidad femenina original. 
La segunda ley del amor proustiano se encadena a la primera: objetivamente, los amores intersexuales son menos profundos que la homosexualidad, su verdad la encuentran en la homosexualidad. Pues, si es cierto que el secreto de la mujer amada es el secreto de Gomorra, el secreto del amante es el de Sodoma. El protagonista de la Recherche sorprende en circunstancias análogas a mademoiselle Vinteuil y a Charlus. Y de la misma manera que Mlle. Vinteuil explica todas las mujeres amadas, Charlus implica a todos los amantes. En el infinito de nuestros amores está el Hermafrodita original, pero el Hermafrodita no es el ser capaz de fecundarse a sí mismo, pues en vez de reunir los sexos los separa; es la fuente de la que manan continuamente las dos series homosexuales divergentes, la de Sodoma y la de Gomorra. Es el que posee la clave de la predicción de Sansón: «Los dos sexos morirán cada uno por su lado». De tal modo que los amores intersexuales son sólo la apariencia que recubre el destino de cada uno, escondiendo el fondo maldito en el que todo se elabora. Y, además, las dos series homosexuales son lo más profundo en función de los signos. Los personajes de Sodoma y los de Gomorra compensan con la intensidad del signo el secreto en el que son mantenidos. Sobre una mujer que mira a Albertine, Proust escribe: "Podía decirse que le emitía señales (signos) como si utilizase un faro». En su totalidad, el mundo del amor se dirige de los signos reveladores de la mentira los signos ocultos de Sodoma y Gomorra. 


Capítulo I de: Deleuze, Gilles. Proust y los signos. Editorial Anagrama, Barcelona, 1970. Págs. 11-23. Traducción de Francisco Monge



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